16 de septiembre de 2009

Los Cuates

El refrigerador en la casa del Pechuga ya casi estaba vacío, a un lado los cartones de cerveza se encontraban llenos de botellas, apiladas una sobre la otra formando una pirámide irregular. Por todos lados se oían voces y risas matizadas por una música interminable.
      Esa mañana, sus padres salieron por unos días dejándolo a él encargado de la casa. A medio día, como estaba planeado, llegaron: Mario, el Fríjol, el Kalule, Juan la Muñeca y su primo Miguel. Para la media noche ya habían acabado con cuatro cartones de cerveza y una botella de Ron Corsario. Las risas y los chistes fluían solos provocando más risas y las risas rebotaban en las paredes amplificándose, oyéndose hasta afuera.
      Esperaban ansiosos la madrugada en que darían su acostumbrado paseo por los antros y tugurios que hay sobre la carretera que va a Galeana. Solían recorrerlos todos, iban de la Gasera al Crucero y de regreso. Comparaban la variedad en todos hasta encontrar el antro que mejor satisficiera sus exigencias.
     “¡Vámonos a los puteros!” empezó a decirles Miguel eufórico porque nunca había participado en ninguno de aquellos paseos. Después de un rato, por fin le hicieron caso y salieron todos muy alegres, amontonándose en el carro.
      La primer parada sería el Sex Fantasy, de ahí pasarían al Rojo, luego al Partenón, al Bellas de Noche y por último a el Bar Los Cuates. En todos hacían lo mismo. Acostumbraban pedir el consumo mínimo; que era una cubeta de lámina con seis cervezas bien frías. Cada uno de ellos degustaba su cerveza sin prisa, daban pequeños sorbos para poder ver la mayor cantidad posible de bailarinas en escena y se esforzaban por ignorar a los molestos meseros que aprovechaban cualquier oportunidad para ofrecerles otra cubeta.
      “¡Pérame Cabrón!, todavía no me la acabo” le gritó el Fríjol, ya enojado, al desgarbado mesero que vigilaba su mesa. “Mejor vamos a echarnos unos tacos allá afuera del Rojo, ¿no güey?” le dijo el Fríjol a la Muñeca quien de un trago se acabó su cerveza y se levantaron haciéndole una seña a los otros quines respondieron tomándose la espuma que quedaba en el fondo de sus botellas.
      Afuera discutían en cuál quedarse. “En el Fantasy no están tan gachas ¿verdad?, la morenita ésa estaba bien sabrosa, ¡chulada de nalgas!” dijo la Muñeca mordiéndose el labio inferior. “Sólo que nos llevemos una, yo como que tengo antojo de puta …” volvió a decir la Muñeca. “¡A mi también ya se me antojó” contestó el Pechuga riéndose y emocionados regresaron a todos los antros para escoger alguna, pero muchas les dijeron que no; que no hacían salidas, otras simplemente dijeron que no y la que les dijo que sí, se salía por mucho del presupuesto de aquella noche.
      Entre todos reunían doscientos sesenta y siete cincuenta, ya contando los siete cincuenta del Kalule. “Pues, ora si que para lo que nos alcance ¿no?”. Les dijo la Muñeca resignado y terminaron cotizando en el Bar Los Cuates, que era más una cantina con ficheras que un Night Club como los que habían visitado.
      Minutos después de haber entrado, el Kalule se acercó al Pechuga y le dijo emocionado: “¡Ya güey, ya estuvo mí Pechuguín! ¿Ves esas dos de ahí?, ¿las ves? Dicen que sí…, que de a cien cada una. Nomás pues que hay que venir a dejarlas cuando acabemos...”, “Ahí esta lo chistoso” dijo el Pechuga quitándose un cigarro de entre los labios. “Yo quería arreglarme nomás con la pollita pero la pinche gorda esa no me dejó, güey, que si no va ella tampoco la otra; me dijo. Pero pues ni modo ¿no?, pa’ la maldad aguantan ¿no?” le decía al Pechuga porque él era dueño del carro y de la casa. “Pues si están amigajonaditas, pero tienen buen lejos ¿verdad?. Así me gustan…, ¡huacaludas!” contestó arrastrando las palabras y con el rostro desencajado. Entonces el Kalule fue a cerrar el trato y se fueron todos muy risueños, manoseando a sus gordas.
      Cuando llegaron a la casa, inmediatamente les sirvieron cerveza a sus invitadas, empezaron a bromear y hablar a más con la gorda, que parecía tener unos cuarenta y tantos años. La pollita, que se veía de entre diecinueve y veinte, entró rápido, tomó asiento sin decir ni tomar nada y se quedó seria mirando un punto en el piso.
      Después de unos tragos de cerveza, la gorda empezó a desnudarse frente a todos sin ninguna razón. Sólo era carne flácida y un vientre abultado, que colgaba libre, dividido por la cicatriz de una cesárea. Permaneció de pie frente a ellos y siguió platicando con soltura, esperando a que se animara el primero de ellos. Se echaron un volado, pero fue para ver quién sería el primero con la pollita. Ganó Mario, pero el Kalule ya se les había adelantado llevándosela en silencio al cuarto de los padres del Pechuga, quien al darse cuenta de esto, tomó a la gorda de la mano y se la llevó a su cuarto con una sonrisa en los labios.
      De la habitación de los padres salía uno y entraba otro hasta que tocó el turno al Pechuga. Esperaba ansioso, se levantó excitado y entró al cuarto con el condón ya puesto. Al cerrar la puerta, encontró la habitación de su madre oscura, no le parecía la misma. Sobre la cama de sus padres distinguió una silueta tendida, inerte. Se acercó callado, quitándose el pantalón y volviéndose a acomodar el condón. Ella lo recibió entre sus piernas sin siquiera mirarlo, le alcanzó una crema que estaba por ahí y él, ávido, empezó a untársela en todo su sexo. Besó sus senos hinchados y mordisqueó uno de sus pezones del que salió un chisguete agrio, cuyo sabor impregnó su lengua, pero no dijo nada. Se aguantó el asco y continuó en silencio.
      Pensaba que ella fingía placer, pero en segundos sus jadeos se tornaron en un gemido largo y amargo que venía de muy adentro. Ella le pedió que se detuviera, que ya no aguantaba más, le decía llorando y lo conmovieron sus lágrimas. Flácido, se levantó apenado, buscó en el baño un rollo de papel para dárselo y sin voltearla a ver salió del cuarto para que se vistiera.
      Cuando ella salió, la gorda ya estaba vestida, platicaba y reía muy a gusto con los demás. “Mira nomás que golosa me saliste, quién te viera…, nomás cinco te echaste mamacita… y eso que según hoy empezabas.” Con eso la recibió cuando la vio salir. Pero sí era su primer día, ésa tarde había dejado encargado a su bebé con una vecina para que se lo cuidara, pero la pollita no dijo nada, bajó la mirada y fue a sentarse avergonzada.
      Los otros, ya saciados no sabían como librarse de ellas, ni qué platicar, ya les daba flojera llevarlas y ninguno de ellos quería salir; tenían sueño y empezaba también a bajárseles la borrachera. “Bueno pues, yo las llevo” dijo el Pechuga malhumorado y se paró de pronto, “Amos ¿no güey?” Le dijo al Kalule quien se levantó en el acto y salieron juntos los cuatro como sí fueran novios.
      Ya eran las siete cuando se fueron, clareaba el alba y en todos los antros las luces se habían apagado. Sin haber hablado casi nada durante el camino y las bajaron por ahí, pasando el Gas, casi frente a su bar. “Bueno pues, ¿entonces qué, cuanto es?” le preguntó el Kalule a la gorda tallándose los ojos irritados por el sueño. “Pues cien, como habíamos quedado ¿no?” le contestó. “¿Y pa’ la otra?, ya ves que no le cumplió” le dijo señalándole con el pulgar al Pechuga quien miraba al frente sin decir nada. “Pues también cien ¿no?…o, a ver pérame…¡Oye tú! Que cuánto es” le gritó a la pollita, que en ese momento se esforzaba por abrir la puerta del bar. “Ahí que te den lo que quieran” le contestó sin voltear a verla. “¡A ver pues, ten!” le dijo el Kalule de mal modo acercándole un billete maltratado de cincuenta a la mano. La gorda se lo arrebató con desprecio y se dio la vuelta.
      “Pinches viejas, ¿verdad?” dijo el Kalule acomodándose para dormir. Empezaban a alejarse del Bar pero el Pechuga seguía mirando por el espejo retrovisor. Las vio por fin abrir la puerta, las vio entrar, segundos después, también el Bar desapareció del espejo y entonces frunció el ceño, miró al Kalule sólo por un instante, y al hacerlo le dijo “Les hubieras dado completo pinche ojete, ni que fuera tuya la feria.” Estaba molesto porque no había hecho nada por la pollita.

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