Desde chico me decían que un hombre al llegar a los treinta ya debe tener un patrimonio. Haber hecho algo porque sino ya no hizo nada.
Yo ya tengo treinta y no he hecho nada.
Todo mi patrimonio cabe en una mochila.
He desperdiciado mi juventud en empleos sin futuro porque no había otros.
Ya mi tiempo ha pasado
Me han rebasado los años sin darme cuenta.
Cuando tenía dieciocho pesaba: Ah! Todavía falta.
A los veinte me dije: aún es tiempo…
A los veinticinco me dijeron que apenas empezaba la vida y no es cierto.
Se me pasan los días sin hacer nada.
No pasa nada, nada es como lo soñé, como esperaba que fuera.
¡Brillen! – Nos decían de chicos.
Pero yo nunca he sido de esos. Aunque a veces uno sueñe con ser el Alfa, el héroe, el hombre de éxito, el triunfante.
Yo nunca brillaré, simplemente porque así está escrito.
Que nadie le diga a mi madre porque mi verdad le dolería.
Yo quiero pensar que los que brillan, los que triunfan, son miserables todos ellos.
Yo nunca he brillado y tampoco quiero ser como los que brillan. Condenados al éxito, temerosos al fracaso.
Tampoco quiero ser como esos escritores brillantes que murieron sin tener mujer o hijos.
Yo prefiero tener un hijo que se alegre al verme todas las tardes y que con su sonrisa me haga sentirme vivo.
Soy un obrero, un trabajador común con esposa e hijos. ¿Qué más quiero? Es completamente normal ponerse triste y desear otras cosas.
A veces envidio a los grandes, su genio, su legado pero tampoco me interesa su gloria, menos estando muerto.
No quiero que me crean triste.
Es sólo que a veces estoy tan enojado por lo que soy.
Pero lo que más odio es no poder huir de mi mismo.