17 de enero de 2006

Cuarto de hotel

Llave


Había una rosa de plástico con una etiqueta dorada que dentro de un óvalo negro presumía su lugar de origen “Made in China”. Colgaba de uno de los empolvados y percudidos pétalos, tal vez puesto ahí a propósito por algún inquilino ocioso como yo.

¡Ahí estaba! Clavada, ahogada por el vacío transparente al que la han confinado. Un florero blanquizco, cenizo, como sí lo hubiesen tallado con una fibra durante años. Por lo menos esa parte, la del florero no se alcanza a reflejar en el espejo, unas extrañas manchas negras como las cataratas en los ojos de Doña Míte impiden que nada pueda reflejarse en él. Sus ojos a veces parecían azules pero muy parecido al tono de un ostión crudo a la luz del sol. Recuerdo cuanto me aterraba imaginarme atrapado en ese vació gris mientras desde un rincón, seguro en el lecho materno la contemplaba arrobado.

Acostumbraba llevar dos bolsas, una grande además de la de mano en la que acarreaba catálogos y productos AVON que en ese tiempo eran muy solicitados o al menos eso creía yo. ¡Ah! Doña Míte, se me olvido con los años. Así como ha perdido recuerdos este espejo sin reflejos, como si lo hubiesen quemado, sin mi, sin siquiera tener el molesto segundero de un reloj corriente para no volverse loco. Y no había reloj. Por alguna razón no tenía manecillas y la que le quedaba; el segundero, estaba torcido en una especie de chino que ni aún funcionando la maquina podría contar nada.

Tenía que bañarme, aunque me detenía la idea de tener que volver limpio a enredarme en esas sabanas que cortan como lijas, además de cubrir sospechosas manchas negras en el colchón cuyo origen prefiero ni siquiera imaginar.

Fue una suerte que el ventilador funcionara, es una suerte contar con casi todos los servicios en hoteles como este y un ventilador es una bendición, aunque haga un poco de ruido. Se deja la tele prendida y listo, problema resuelto. Pero era una decisión difícil entre canales locales y ruido blanco, por lo menos con el ruido blanco sí te concentras e intentas perder la cordura puedes ver formas o figuras familiares aunque eso sería aún más estúpido que soportar el ruido del ventilador.

Por momentos pienso que se me va a caer encima y no dejo de pensar en las posibilidades y resultados y no me gustaría vivir ninguna de ellas. Veo el tocador cerca, no está muy lejos, en un momento dado, sí me doy cuenta a tiempo tal vez pueda llegar a meterme debajo de él en un rápido y heroico movimiento, pero espero que no ocurra.

Ha llegado el momento de decidir entre mi integridad física y una noche callada sudando hasta la locura, incómodo, retorciéndome entre las sabanas rasposas; si así son una chinga, ahora calientes? Lo dejo a la suerte. Me daré un baño como había planeado, saldré lo más mojado que se pueda y me meteré en la cama sin aire, esperando quedarme dormido pronto.

También podría nadar y volver fresco, pero al entrar me dio la impresión de que nadie había nadado en mucho tiempo en las oscuras y turbulentas aguas de aquella alberca. Lo único bueno es que está cerca de la playa y sólo cuesta cuarenta pesos.